Artículo publicado el 21 de mayo de 2020 en Covid Action Network.

Ante situaciones de vulnerabilidad, de pérdida de seres queridos, de cambio radical de nuestro estilo de vida, entre otras, la persona humana busca apoyo psicológico para poder superarlas, pero también busca respuestas.

El mundo está viviendo una situación nueva, una realidad que supera películas y libros de ficción, un dolor desgarrador para muchos, el encierro para otros, y la muerte, presente en cualquier rincón.

El Coronavirus se ha aprovechado de la globalización para hacerse presente en casi todos los rincones del mundo, sin distinguir por color, sexo, capacidad económica, ideología o religión; y en muchos casos, no ha discriminado ni por edad.

Esta nueva realidad, que ha superado a gobiernos, Estados, empresas, ciudadanos, universidades, colegios… está suponiendo, para numerosas personas, un gran sufrimiento psicológico.

En Reino Unido, cada año se celebra la Mental Health Awareness Week. En 2020, dadas las difíciles circunstancias, se está hacienda frente a una crisis que no será sólo económica y sanitaria, sino que también, sobre todo en Occidente, psicológica.

El confinamiento de la gente en sus casas — en ocasiones con personas a las que no pueden ni ver, en otras con maltratadores — ha generado situaciones de depresión, y es posible que aún nos quede lo peor: todos aquellos que no tendrán trabajo, que deberán cerrar sus negocios, que deberán ser atendidos por servicios sociales, necesitarán ser atendidos psicológicamente.

Cuando todo se tambalea…  

Ante situaciones de vulnerabilidad, de pérdida de seres queridos, de cambio radical de nuestro estilo de vida, entre otras, la persona humana busca apoyo psicológico para poder superarlas, pero también busca respuestas.

En un primer momento las buscará en su entorno más inmediato, ya sea a través de los familiares y amigos; en un segundo momento, consultará los medios de comunicación y las redes sociales; en tercer lugar, acudirá a la ciencia.

Si en ninguna de esas fuentes encuentra la respuesta, la pregunta que a menudo aparece es: ‘¿y ahora qué?’.

Durante la crisis del Coronavirus no son pocos los que se han hecho esta pregunta, tal y como se le han hecho muchas otras personas a lo largo de la historia.

En el momento en el que todas nuestras seguridades se tambalean, la pregunta surge: ¿y ahora qué? Habíamos depositado nuestra confianza en la arena de la playa y no en la roca firme, pues pensábamos que ‘a nosotros, no nos afectará’ o ‘a nosotros, no nos puede pasar’. Y la realidad se impone de nuevo. 

La crisis del Coronavirus ha traído la consciencia de que no todo empieza y acaba en nosotros o en uno mismo. En palabras del Papa Francisco el Viernes Santo de 2020 en la Plaza de San Pedro de Roma:

“La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades”.

¿Y ahora qué? 

La respuesta a la pregunta, para algunos, ha sido la divinidad. No aquella divinidad dinero, o la diosa ciencia, o la diosa progreso o el todopoderoso Estado; en esta ocasión, la divinidad era algo distinto, no era visible a los ojos humanos, pero daba y da respuestas que sacian. El nombre de esta divinidad, ahora, no tiene importancia. Aquello que es relevante es que da respuesta y consuela y, por otro lado, que despierta el homo religiosus que toda persona es.

En estas ocasiones de incertidumbre y de búsqueda de respuestas en la divinidad, las grandes religiones parten con ventaja para dar respuestas. Respuestas que se han traducido en mayor presencia en las redes sociales en forma de misas católicas a través YouTube, rezos musulmanes a través de Instagram o encuentros de comunidades judías vía Zoom o Skype, entre otros. En China, por ejemplo, han sido muchos los fieles católicos que han seguido, desde sus casas, las celebraciones del Papa Francisco a través de internet.

En ocasiones, personas no creyentes en una religión han pedido que se rezara por sus seres queridos fallecidos. Han buscado respuestas y solo han encontrado aquella que, incluso, no forma parte de ellas.

Las religiones dan respuestas espirituales, pero también materiales. En muchos lugares del mundo, la labor social, sanitaria, educativa que hacen las grandes religiones es inmensa. En España, por ejemplo, los comedores sociales están sirviendo más comida que nunca.

Un camino de búsqueda largo, discernido y contradictorio

La siguiente pregunta ante este aumento de personas que piden oraciones por sus familiares muertos o aquellas que buscan respuesta en alguna religión es si las confesiones religiosas van a ver crecer el número de creyentes.

La siguiente pregunta ante este aumento de personas que piden oraciones por sus familiares muertos o aquellas que buscan respuesta en alguna religión es si las confesiones religiosas van a ver crecer el número de creyentes.

La respuesta es que no; no habrá un crecimiento del número de adeptos. El motivo es simple: llegar a ser creyente en una religión es un proceso personal largo que supone discernimiento, contradicción, duda y búsqueda – algo que no se consigue en dos meses de confinamiento. Ahora bien, sí podemos encontrarnos con un número elevado de personas que empiezan este camino interior.

Las religiones han existido, existen y existirán porque el ser humano necesita trascenderse y seguir buscando respuestas a preguntas que el mundo y sus técnicas no responden.

También podéis leer el artículo en inglés A response from beyond.

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